martes, 11 de octubre de 2011

Pequeña pornografía húngara -Péter Esterházy-.



LA VÍA SEXUAL DE ESCAPE

En tiempos de crisis, de presión del sistema sobre el ciudadano, hay que buscar una salida, una alternativa, una vía de escape que consiga que la realidad sea más llevadera. La sociedad actual es rica en ofertas de todo tipo de entretenimiento, pero de ellas, la pornografía, tanto en su producción como en su consumo, se lleva la palma. Esto viene a demostrar que el recurso del sexo, sea como sea (virtual, de pago, imaginario, en revistas, de verdad o de mentira) resulta una forma de supervivencia en sociedades y momentos en los que la individualidad se encuentra amenazada.

Si bien es cierto que los Estados totalitarios han empleado siempre cuestiones de sexo para sojuzgar a sus súbditos, tales como denuncias de violaciones o acusaciones de homosexualidad para hacer caer en desgracia a quienes les resultaban molestos, y que los prominentes del régimen se han amparado en su fortaleza para abusar sexualmente y obtener favores de los más débiles, en la novela de Esterházy que me ocupa, Pequeña pornografía húngara, el autor mantiene la existencia de lo que he calificado como una vía sexual de escape como forma de liberación ante el sistema totalitario.

Indudablemente, para Esterházy existen esos abusos sexuales por parte de los poderosos, de hecho, una parte del libro, la segunda, está dedicada a narrar, de forma jocosa o extremadamente crítica, ridiculizándolo, los desmanes de Rákosi, miembro prominente del Partido, estalinista profundo y animal sexual cuyas correrías, amparadas en el poder, se hicieron célebres en todo el país –incluso una disparatada aventura en la que el politicastro fue engañado por un travestido-. Pero además, y eso es lo que me interesa, Esterházy pone al descubierto toda una corriente subterránea de erotismo y encuentros amorosos individuales de ciudadanos anónimos que se mueve paralela a las rígidas normas impuestas por el estado totalitario. Y la novela va más allá aún: porque se convierte, así, en una denuncia del sistema político, al aparecer grotescamente dibujado y caricariturizado en los usos y costumbres de la vida sexual habitual de los húngaros, pero también de los miembros del Gobierno y del Partido.

Valiente, muy valiente o muy imprudente, se mostró Péter Esterházy publicando en Hungría esta Pequeña pornografía, en el año 1984, cuando la dictadura en ese país todavía era cerrada y anclada firmemente en la censura. Sin embargo János Kádar, el sucesor de Imre Nagy, y que desde 1956 iba a dar nombre a esta época, conocida como kadarismo, parece que mostraba una cierta relajación cuando apareció la publicación, o que toleró semejante ataque cimentado en la sátira política.

Todo en esta Pequeña pornografía húngara puede ser leído con dobleces, segundos y hasta terceros sentidos, porque se trata de un libro en clave. Desde el título, en húngaro Kis Magyar Pornográfia, iniciales K.M.P. que coinciden con las del Kommunisták Magyarországi Pártja, es decir, el Partido Comunista Húngaro que detentaba el poder. Y el subtítulo, esa Introducción a las Bellas Letras, como parodia de los lenguajes burocráticos de la dictadura, esa lengua de madera que califica Norman Manea o yerkish para Ivan Klíma. Esterházy elabora una denuncia coral, con un lenguaje que se burla continuamente del sistema y que, repleto de giros, guiños, argot y fórmulas a menudo intraducibles al español, hacen de su traducción una tarea ingente y complicada, a veces imposible por la complejidad estilística que alberga el libro.

¿Por qué utilizar la palabra pornografía? La definición que nos acerca Carlos Fisas en su libro Erotismo en la Historia nos aclara que pornografía se trata de un tratado sobre la prostitución y nos remite a pornógrafo, es decir, una persona que escribe acerca de la prostitución. En palabras de Jesús Pardo, en su introducción al libro de Esterházy, una escritura sobre putas. La novela es pues un tratado sobre personas que se prostituyen o se han prostituido, pero no sólo las personas, también las situaciones, la sociedad y, obvio resulta, la política. Jesús Pardo concluye que la pornografía de Esterházy es la gran estafa histórica impuesta a los húngaros por su partido comunista.

El juego propuesto por el autor lo llevará a burlarse de ciertos nombres del aparataje estatalista. Así, la Editorial Sembrador, pasa a ser denominada como la Editorial Seminal, por ejemplo, y en algunos casos los burócratas, que se amparan en su poder para propiciarse aventuras sexuales, son definidos como falócratas; el miembro erecto como el potemkín, se establece un paralelismo entre el sexo oral y el lenguaje moribundo del régimen al hablar de las virtudes del cunnilingus sin olvidar que la lengua es también habitual cementerio de opiniones, cubierto de lápidas llenas de metáforas. El sistema del ciudadano húngaro lo define Esterházy como una mezcla de sensibilidad socialista, más magreo. La política húngara contiene un claro elemento masturbatorio para Esterházy, porque puede ser de mano dura, de mano blanda, de mano rápida o de mano lenta. Y, así, sumidos en esta mezcla de sexo y socialismo, le pregunta con mucha sorna a una mujer, obrera joven y bonita (…) cuyo nombre era vibrante y respetado en un auténtico barrio obrero, si con el sexo hacía algún esfuerzo por sentir éxtasis socialista porque algunas no podían, como una señora, que siempre había sido fiel al movimiento obrero, y a quién esta fidelidad había hecho frígida y se fue a ver al alto dirigente Rákosi para solucionarlo con una exigencia: ¡Mi clítoris! El Estado le debía un orgasmo que, a buen seguro, el dirigente se apresuró, solícito, a satisfacer.

La primera parte del libro, de esclarecedor título, En el asiento trasero de un Pobeda, es una denuncia del panorama político retorcido y maligno, enfermizo, a través de los escarceos amorosos de los húngaros, en algunas ocasiones ciertamente sórdidos y truculentos, ya que, como su título indica, no parece existir mucho glamour sexual en los encuentros que como marco pudieran tener ese espíritu emanado del asiento trasero de un Pobeda, en muchos casos único lugar de privacidad e individual del que gozaban los húngaros. El aquí te pillo aquí te mato, la rapidez y fugacidad de las relaciones, generalmente extraconyugales, es decir, adúlteras, es la tónica, como si el matrimonio o la fidelidad a una pareja legal fuera una de las reglas del régimen que se podían quebrantar sin peligro y ofrecieran mayor placer, sobre todo si se oponen al Estado burocrático o al rendimiento laboral: “Hace un año mi marido se lió con una chica de su oficina. La tumbó sobre la mesa de escribir, y, zas, se la calzó. Claro que antes dejó bien libre la mesa de grapadoras y papelotes".

Es el sexo como boicot al sistema, el sexo insertado en el día a día de las estrecheces del proletario: “una amiga mía con la que yo solía pasar horas en la cocina, pelando patatas, y dejábamos la peladura muy finita, casi como un suspiro, y luego dábamos de comer a sus hijos, y luego nos poníamos morados de tocarnos la entrepierna el uno al otro”.

En muchas ocasiones, el sexo que aparece en el libro está intoxicado de cierta ansia por la productividad, es un sexo estajanovista: una mujer que en un hotel donde un grupo de mineros estaban de vacaciones por cuenta del sindicato sometía a los hombres a verdaderos trabajos forzados. Hay que entrenar los músculos de la vagina y todo el cuerpo, en una burla al sistema de producción y a sus planes quinquenales, pero que también representa, precisamente, el dominio de algo individual sobre el omnipresente poder del Partido: “Hay que entrenar mejor los músculos (…) Sí, eso, entrenar (…) y la cuestión es esa: entrenarlo para que se contraiga a voluntad”. En la novela de Orwell, 1984, el sexo está prohibido, existe una policía sexual; este control que proponen los personajes de Esterházy sobre un aspecto tan íntimo y personal es la máxima expresión de la individualidad y de escape al control del sistema: “Y en un país como este, donde, de sobra lo sabes, no puede uno permitírselo todo (…) quiero decir que me las arreglo viviendo, estudiando, trabajando a la manera socialista (…) De modo que, nada (…) pues voy y me busco un hombre (…) Y vamos, me desfogo, pero lo que se dice desfogarme”.

Una auténtica vía de escape sexual al socialismo, porque en lugar de hazme el amor, los personajes de Esterházy reclaman la relación sexual con las palabras ¡Hazme!, ¡hazme libre!, y añade en el párrafo siguiente: “¿quién no ha jugado por lo menos una vez en la vida con la idea de dejarse llevar, liberarse de toda esa disciplina que tan importante nos parece, decir: ¡a la mierda!, tirarlo todo, guantes, diarios de brigada, periódicos con sus frasecitas rebuscadas de los cojones (con perdón), liarse la manta a la cabeza”. No en vano, sentando bien las bases de que el sexo es una liberación, la novela empieza con una mujer en una playa paradisíaca, lo que sorprende, ya que uno, tras el título del Pobeda y la cita de Kundera sobre las diferencias sexuales entre las checas y las eslovacas, no espera encontrarse una imagen de un paraíso sexual: “Ojos de ébano, rosada amapola de negro cabello, dulces pezones color pardo oscuro; ella, riendo, está en pie junto a la altísima ventana, y tras sus espaldas se agitan suaves a la brisa hojas de palmera”. Pronto entendemos que es la ilusión hasta donde la práctica de una felación por parte de una prostituta, que se va a ver brutalmente interrumpida, ha conducido a uno de sus clientes, que vuelve a la realidad de forma harto gráfica: “¡Maldita zorra chupona! ¡Casi me ha cortado la puntita de un mordisco!”

Paralelamente, esta corriente de liberación sexual subterránea que nos muestra Esterházy aparece reflejada en otras obras que denuncian los totalitarismos de izquierdas, y que han empleado erotismo y sexo como una forma de escapatoria antisistema al reafirmar al individuo ante la totalidad: Manea, en El regreso del húligan, nos cuenta sus escarceos sexuales de la época en que era un gris ingeniero sumido en la felicidad obligatoria de Ceauşescu; Ivan Klíma, en Amor y basura, vive un adulterio de más de doscientas páginas como alternativa a la prohibición de publicar que le censura; Kadaré, utiliza el sexo como una arma arrojadiza contra el poder del Partido en La hija de Agamenón y en El sucesor; Kundera (y no en vano la novela de Esterházy comienza con una cita de Kundera), en La insoportable levedad del ser o El libro de la risa y del olvido, y Vizinczey en su En brazos de la mujer madura, reflejan las experiencias sexuales de la juventud checa y húngara en un momento de peculiar similitud: las invasiones soviéticas que ambos países sufrieron y, durante las cuales, junto al movimiento represaliado, la corriente sexual de escape cobraba una vital importancia como oposición del individuo al tanque.

Es, lo que Esterházy denomina como la democracia en el asiento trasero de un Pobeda.

El libro resulta, a veces, demasiado complejo y localista, demasiado cargado de política también, que lo lastra en alguna de sus partes, algo deslavazado, con un humor excesivamente peculiar y privado, aunque debo reconocer que ya es un clásico de la literatura húngara.

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